Und jedem Anfang wohnt ein Zauber inne (H.Hesse)

martes, 5 de mayo de 2009

Des Kamels Lachen

porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
Des Kamels Lachen

El camello no sabía si le gustaría o no el oasis. Había pasado años calientes y arenosos viviendo del agua que llevaba por mochila y hay que decir que no por duros esos años habían dejado de tener belleza. Él bailaba y bailaba cada vez que le daba la gana. Inventaba nuevos movimientos, se dejaba caer por las dunas y se reía con inmensos labios aleteantes al ver los dibujos que su danza había dejado en la arena. La mayoría de camellos itinerantes nunca se molestaban siquiera en girar la cabeza para ver al juguetón rumiante, pero de vez en cuando había alguno que detenía su marcha y, tras batir un par de veces sus largas pestañas, miraba extrañado la peculiar danza. El extrañamiento daba paso a un sonido gutural parecido a las burbujas del agua en movimiento y este sonido terminaba con un nuevo aleteo de otros labios inmensos. Nuestro danzante había observado, tras años de la misma rutina, que aquellos camellos que lo acompañaban en su risa decían provenir de cierta especie de lugares poco ordinarios. En ellos no había dunas que se movieran cada dos o tres horas, en cambio había alimento tapizando el suelo con su verdor, una charca en el centro más grande que la manada que él había conocido de pequeño y aquí y allá unas cosas altas y delgadas de color marrón que parecían tener pelo verde y que daban una sombra que se agradecía para descansar tras haber bailado. A estas últimas las llamaban creo que palmeras, y al sitio, oasis. El camello risueño y bailarín sentía curiosidad por estos sitios, pero una mosca sobre la nariz o una víbora sumergiéndose en la arena siempre acudían puntuales para llevar su atención lejos de estas consideraciones.
Durante una tarde en la que su danza lo llevaba de una duna a otra sin parar se deslizó duna abajo y al llegar, mientras intentaba escupir el polvo arenoso que le había quedado en lengua y labios, vio el oasis. Miró fijamente un momento y dio tres de los ochenta pasos que lo separaban de aquel sitio deseado. El temor le fue llegando poco a poco, como entre el sexto y el decimosegundo paso. Para el decimoquinto ya se encontraba completamente inmóvil. El viento soplaba y las dunas seguían su movimiento natural. Él no se movía. Media duna ya le tapaba la visión de la parte derecha del oasis. Él no se movía. Llegó la noche y el reflejo de la luna en la charca lo hizo dar otros veintisiete pasos. Salió el sol y él volvió a su miedo y a su inmovilidad. ¿Qué pasaría si al llegar al oasis descubriera que no había oasis, sino sólo un espejismo? O peor aún: Si el oasis fuera real y tras una temporada de acostumbrarse a sus placeres el agua se acabara y todo quedara cubierto por nuevos montes de arena viviente ¿qué haría él entonces? ¿Cómo vivir después de eso? Una luna más y él avanzó otros trece pasos. Las dunas fueron y vinieron, le cubrieron los cuartos traseros y se los liberaron. El polvo le entró en los ojos y él los mantuvo fijos en el islote verde al tiempo que parecían fijos en su propio interior sediento y lloroso. Se mantuvo en el paso número cincuenta y cinco.
Quisiera no tener que irme de la duna desde la que he visto los andares de nuestro camello. Me encantaría saber que ha llegado, que se ha atrevido a dar el resto de los ochenta pasos. Creo que algún día volveré a averiguar si lo hizo. Ahora me reclaman ocupaciones más importantes, de vida o muerte, diría yo. No puedo seguir con esta historia cuya protagonista era una hembra y no un macho artiodáctilo de la familia Camelidae. ¡Ha sido un verdadero problema, en verdad! Mi primera idea fue comenzar así: "En un lugar del Sahara de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía una camella..." ¿Camella? ¿Puedo decir eso? Vamos a ver, quizás: "...no ha mucho tiempo que vivía un camello hembra..." ¡Bah! No me gusta. Se oye más bonito diciendo "camello", creo. Tú, lector, imagina lo que prefieras. ¡Sé libre! Yo te prometo no serlo menos, mientras imagino cómo, durante estas reflexiones, el camello ha dado los veinticinco pasos que faltaban. Ahora seguramente estará tumbado con las patas al aire y escupiendo un chorrito de agua hacia arriba que vuelve para caerle en la cara. Suceso este que inexorablemente da paso al sonido gutural parecido a las burbujas del agua en movimiento, seguido por el aleteo de los labios. Inmensos.

martes, 10 de febrero de 2009

"Los Niños" de Gonzalo Rojas

No conforme con la inmensa entrada que acabo de publicar, no me quiero ir a dormir sin compartirles esto que leí hoy y me encantó; una biografía en tres líneas, muchas sensaciones y "límites" a cascoporro (mhmh, quizá puede servir para la obra lunática en ciernes...)

"Entre una y otra sábana o, aún más rápido que eso, en un mordisco,
nos hicieron desnudos y saltamos al aire ya feamente viejos,
sin alas, con la arruga de la tierra."


Desde luego, hay que leer a Rojas. Quizá pronto les ponga por aquí algo que escribió sobre la imaginación de las piedras...

sábado, 7 de febrero de 2009

Poesía?

Me uno a Falsirego (Frau B. para los amigos...) para gritar de forma indudable que ¡HAY POESÍA! Sólo hace falta abrir el cuerpo entero para sentirla. Ya más difícil es "traducirla" a palabras... Les comparto esto, de Octavio Paz:



La ciudad desvelada circula por mi sangre como una abeja.

Y el avión que traza un gemido en forma de S larga, los tranvías que se derrumban en esquinas remotas,

ese árbol cargado de injurias que alguien sacude a medianoche en la plaza,

los ruidos que ascienden y estallan y los que se deslizan y cuchichean en la oreja un secreto que repta,

abren lo oscuro, precipicios de aes y oes, túneles de vocales taciturnas,

galerías que recorro con los ojos vendados, el alfabeto somnoliento cae en el hoyo como un río de tinta,

y la ciudad va y viene y su cuerpo de piedra se hace añicos al llegar a mi sien,

toda la noche, uno a uno, estatua a estatua, fuente a fuente, piedra a piedra, toda la noche

sus pedazos se buscan en mi frente, toda la noche la ciudad habla dormida por mi boca

y es un discurso incomprensible y jadeante, un tartamudeo de aguas y piedra batallando, su historia.


Detenerse un instante, detener a mi sangre que va y viene, va y viene y no dice nada,

sentado sobre mí mismo, como el yoguín a la sombra de la higuera, como Buda a la orilla del río, detener el instante,

sentado a la orilla detener al río, abrir el instante, penetrar por sus salas atónitas hasta su centro de agua,

beber en la fuente inagotable, ser la cascada de sílabas azules que cae de los labios de piedra,

sentado a la orila de la noche como Buda a la orilla de sí mismo ser el parpadeo del instante,

el incendio y la destrucción y el nacimiento del instante y la respiración de la noche fluyendo enorme a la orilla del tiempo,

decir lo que dice el río, larga palabra semejante a labios, larga palabra que no acaba nunca,

decir lo que dice el tiempo en duras frases de piedra, en vastos ademanes de mar cubriendo mundos.


A mitad del poema me sobrecoge siempre un gran desamparo, todo me abandona,

no hay nadie a mi lado, ni siquiera esos ojos que desde atrás contemplan lo que escribo,

no hay ni atrás ni adelante, la pluma se rebela, no hay comienzo ni fin, tampoco hay muro que saltar,

es una explanada desierta el poema, lo dicho no está dicho, lo no dicho es indecible,

torres, terrazas devastadas, babilonias, un mar de sal negra, un reino ciego,

No,

detenerme, callar, cerrar los ojos hasta que brote de mis párpados una espiga, un surtidor de soles,

y el alfabeto ondule largamente bajo el viento del sueño y la marea crezca en una ola y la ola rompa el dique,

esperar hasta que el papel se cubra de astros y sea el poema un bosque de palabras enlazadas,

No,

no tengo nada que decir, nadie tiene nada que decir, nada ni nadie excepto la sangre,

nada sino este ir y venir de la sangre, este escribir sobre lo escrito y repetir la misma palabra en mitad del poema,

sílabas de tiempo, letras rotas, gotas de tinta, sangre que va y viene y no dice nada y me lleva consigo.


Y digo mi rostro inclinado sobre el papel y alguien a mi lado escribe mientras la sangre va y viene,

y la ciudad va y viene por su sangre, quiere decir algo, el tiempo quiere decir algo, la noche quiere decir,

toda la noche el hombre quiere decir una sola palabra, decir al fin su discurso hecho de piedras desmoronadas,

y aguzo el oído, quiero oír lo que dice el hombre, repetir lo que dice la ciudad a la deriva,

toda la noche las piedras rotas se buscan a tientas en mi frente, toda la noche pelea el agua contra la piedra,

las palabras contra la noche, la noche contra la noche, nada ilumina el opaco combate,

el choque de las armas no arranca un relámpago a la piedra, una chispa a la noche, nadie da tregua,

es un combate a muerte entre inmortales, ay, dar marcha atrás, parar el río de sangre, el río de tinta,

parar el río de las palabras, remontar la corriente y que la noche vuelta sobre sí misma muestre sus entrañas de oro ardiendo,

que el agua muestre su corazón que es un racimo de espejos ahogados, un árbol de cristal que el tiempo desarraiga

(y cada hoja de árbol vuela y centellea y se pierde en una luz cruel como se pierden las palabras en la imagen del poeta),

que el tiempo se cierre y sea su herida una cicatriz invisible, apenas una delgada línea sobre la piel del mundo,

que las palabras depongan armas y sea el poema una sola palabra entretejida, un resplandor implacable que avanza,

y sea el alma el llano después del incendio, el pecho lunar de un mar petrificado que no refleja nada

sino la extensión extendida, el espacio acostado sobre sí mismo, las alas inmensas desplegadas,

y sea todo como la llama que se esculpe y se hiela en la roca de entrañas transparentes,

duro fulgor resuelto ya en cristal y claridad pacífica.


Y el río remonta su curso, repliega sus velas, recoge sus imágenes y se interna en sí mismo.


El río, Octavio Paz

sábado, 24 de enero de 2009

Logocentrismo práctico...

Jacques: ¡Hosstia tío!..

Michel: ¡Joder, qué susto! ¿Qué te pasa? Déjame beber en paz.

Jacques: Escucha, se me acaba de ocurrir: ¿y si la verdad...? Digo "La Verdad", con mayúsculas, ¿...es sólo lo que uno decide aceptar, creer y defender para así justificar las decisiones y actitudes que ha adoptado durante toda su vida?

Michel: ¡Cráneo previlegg.. ..giado! Salud.



martes, 6 de enero de 2009

Declaración en contra de la AUSENCIA


Aún sin saber cuántas veces realmente escribiré aquí, DECLARO (no tan oficialmente) inaugurado este magnífico blog en contra de la AUSENCIA. Sí, de la mismísima AUSENCIA acerca de la cual una buena amiga tuvo a bien contarme sus teorías y creencias en estos primeros días del año.